La OPA hostil al Sabadell, los problemas jurídicos del caso Villarejo y algunas incertidumbres financieras del BBVA acosan la presidencia de Carlos Torres.
María Costajussà.
Con la misión excelentemente cumplida como presidente de CaixaBank y al anticipar su elegante y voluntaria salida de la entidad, José Ignacio Goirigolzarri se convierte, quizá a su pesar, en el candidato ideal para, dentro de pocos meses, presidir el BBVA.
Al actual presidente del banco vasco, Carlos Torres, le acechan in crescendo varios tropiezos e interrogantes que están cerca de convertirse en grietas, con sustanciales efectos negativos para la entidad.
En primer lugar, tiene una Espada de Damocles judicial por el caso Villarejo, una esperpéntica chapuza de espionaje e intromisiones, desarrollada por el banco entre los años 2004 y 2017 y el excomisario que fue a prisión, por la que el policía se embolsó más de 10 millones de euros. Hay varios directivos y exdirectivos del banco imputados, pendientes de juicio oral, aunque Torres en principio, no lo está. Pero el fiscal, que ha aportado correos internos, afirma que Carlos Torres vulneró en varias ocasiones el código ético de BBVA, al interceder sobre sus subordinados a favor de intereses de amigos y familiares.
Otro tema sustancial es la maraña de la opa hostil contra el Banco de Sabadell que, sin entrar en detalles, se complica cada día más y deja en mal lugar el empecinamiento de Carlos Torres. Esta operación podría, por si sola, en caso de fracaso, costarle la presidencia. Y también podríamos añadir muchísimas debilidades y volatilidades que aparecen en el balance financiero de la entidad, entre otras, el riego-país desbocado, especialmente en México, que es el granero donde se acumulan más el 50% de los beneficios globales del grupo. Temas que abordaremos en una próxima crónica.
Si Carlos Torres se ve forzado a dimitir, por cualquier causa, los estatutos del banco y el reglamento del consejo establecen que el vicepresidente del mismo, que actualmente es José Miguel Andrés Torrecillas, asumiría interinamente la presidencia de forma temporal, mientras el consejo busca un nuevo presidente entre sus miembros o un fichaje externo. Con la oportunidad de oro para asentar en la cúpula del banco una figura que le otorgue potencia y solidez.
Esta ocasión de cambio no pasará desapercibida, más bien al contrario, podría ser auspiciada directamente por el BCE, que quiere que las presidencias de los grandes bancos bajo su supervisión sean institucionales y no ejecutivas. En España hay solo dos notorias excepciones, BBVA y Santander. Y parece que hay un consenso político total en el orden en que se ha de abordar este tema. Primero el BBVA y el Santander, ya veremos después.
Aquí emerge de lleno la figura de José Ignacio Goirigolzarri, que acaudala el hecho de haber sido un alto ejecutivo brillante, con una dilatada carrera precisamente en el propio BBVA, del que llego a ser consejero delegado. Después fue presidente ejecutivo de Bankia y en sus últimos tres años y medio como presidente de CaixaBank ha sabido desarrollar el rol de una presidencia prácticamente institucional en envidiable sintonía con el máximo ejecutivo, Gonzalo Cortázar y con el resto de altos directivos del grupo.
Goirigolzarri atesora un perfil profesional largo y potente, marcado por la excelencia. Un perfil probablemente inmejorable en comparación con cualquier otro candidato a presidente del BBVA. A nivel humano ha sabido conjugar siempre el rigor con la discreción. En muy diversos estamentos económicos es persona altamente respetada y valorada. Nunca se ha significado políticamente y a pesar de ello tiene buena acogida por parte de los principales partidos, incluido el PNV, cuyo rol en esta sustitución de presidente del BBVA no es, ni mucho menos, insignificante.
Si la sustitución de Carlos Torres como presiente del BBVA se precipita por los efectos de cualquiera de los tormentosos frentes que tiene abiertos y acontece en el primer semestre de 2025, tal como en algunos círculos se vaticina, alguien podría argumentar que Goirigolzarri, que dejará CaixaBank a primeros de este año, no tendrá cumplida aún la cláusula del año sabático que ha pactado. Pero es obvio pensar que este tema, por consenso y con unas pocas llamadas telefónicas de alto nivel, se puede resolver en un santiamén, ante la oportunidad de que el BBVA retome una senda de buen gobierno y gestión.